Tras titular tan atrayente como este no hay, nos tememos,
mirillas de voyeur, pero sí una intención juguetona, pícara incluso, de enseñaros esas otras entradas y perlas lingüísticas
que se esconden en el Libro rojo, tal
vez políticamente incorrectas pero siempre jugosas, y que tienen que ver con eso
que Woody Allen describía como “lo más divertido que se puede hacer sin reír”. ¡Hablemos de sexo!
En el principio era el sexo
Decía Stevenson, hablando precisamente de sexo, que “lo que
sucede en diez minutos es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare”.
No seremos nosotros quienes le enmendemos la plana a tan ilustre autor, pero
quizá hay lugares, como los diccionarios, donde el vocabulario o la
especialización se exceden a sí mismos, integrando significados que, no por
sexuales, dejan de ser pertinentes. Y sin ánimo de comparar a Fernando Navarro
con el más célebre de los autores ingleses, vean la entrada inaugural de este tema
en el Libro rojo, “sex” por supuesto, donde acaso encontremos un peculiar
cuaderno de bitácora para este peculiar recorrido que les planteamos.
¿Unprotected sex o bareback sex?
Desde el ya famoso “Póntelo, pónselo”, muchas son y han sido
las campañas de concienciación sobre el uso de preservativos en las relaciones
sexuales. Pero no es de eso de lo que les queremos hablar, sino de una duda o
enigma terminológico o de traducción. Allá va: ¿son sinónimas las expresiones
que encabezan este apartado? ¿Existen diferencias entre una y otra? No hagan
trampa: contesten antes de echar un vistazo a la solución…
De fetichismos y otras filias
Ya lo decía Walter Benjamin: “En el fetichismo, el sexo echa
abajo las barreras entre los mundos orgánico e inorgánico. Vestidos y adornos
establecen con él sus alianzas”. Y como no solo de oropeles y vestimentas
viven nuestros deseos (inconfesables o no), he aquí una buena lista de algunas
de las más célebres e insólitas filias:
Y por fin, la pregunta: ¿debe haber palabras malsonantes en un diccionario?
Es, por supuesto, una interrogación retórica la nuestra,
pues un diccionario digno de tal nombre debe incluir sin duda todas aquellas palabras
que se empleen en el habla o la escritura, sin remilgos morales ni escusas torticeras.
“Al pan, pan y al vino, vino”, dice el refrán, y no es esta desde luego una mala guía de redacción.
Pero hay aquí también una cuestión de oído porque ¿qué
significa que una palabra “suena mal”? ¿Es acaso la unión de sus vocablos y
fonemas o nuestro oído el que así la califica? Nos quedamos aquí con aquel
dicho de Jardiel: “lo de menos es los insultos; lo grave es cuando empiezan los
bostezos”. Y huyendo de moralinas, e intentando huir como de la peste de cualquier
intención de boqueada, ahí va, para terminar nuestro recorrido, una batalla de
palabras que acaso algunos encuentren malsonantes, con una última broma, fruto
del dudoso árbol de la corrección televisiva: