A ti, que ya llevas muchos años en esto del plurilingüismo, seguramente, te parecerá perogrullesco que te diga que la lengua y la cultura están intrínsecamente ligadas, ya que se influyen y enriquecen mutuamente: Por un lado, a través del lenguaje, no solamente se transmite la carga semántica de las palabras, sino también los valores, las tradiciones, creencias y perspectivas de una determinada comunidad. Por otro, los preceptos y costumbres culturales determinan cómo se utiliza el lenguaje en diferentes contextos.
Los aspectos paralingüísticos que acompañan al lenguaje —la entonación, el tono de voz, la velocidad del habla, el volumen, los gestos, etc.— también conllevan connotaciones culturales que difícilmente se pueden comprender sin un profundo conocimiento de la cultura subyacente.
Quizás no sabías o no te habías parado a pensar que, en algunas culturas, como en la china, rige la norma tácita de evitar a toda costa los conflictos en entornos sociales y profesionales. En consecuencia, los miembros de estas comunidades se caracterizan por utilizar un paralenguaje poco enfático, aunque al escucharlos pronunciar el español u otros idiomas occidentales nos pueda parecer que utilizan un tono más bien agudo y penetrante.
En las esferas más tradicionales de la sociedad china, por ejemplo, se percibe como algo deshonroso manifestar abiertamente las pasiones del ánimo, en especial las negativas. Asimismo, las personas de origen chino tienden a evitar el contacto visual directo o a expresar su opinión de manera demasiado rotunda, especialmente en situaciones comunicativas asimétricas en las que consideran que su interlocutor goza de un estatus social más elevado, como puede ser el caso del médico respecto al paciente.
En el ámbito médico-sanitario, la inexpresividad de un paciente puede malinterpretarse como un signo de desinterés, de antipatía o de falta de respeto hacia el personal sanitario, pero también puede evocar la ausencia de síntomas y, por ende, que no se requiere tratarlos.
Al margen de la algesia de cada ser humano, el dolor es una experiencia ecuménica, pero no todas las personas lo demostramos con el mismo énfasis, incluso cuando este se presenta con igual intensidad. Los pacientes de origen chino, por ejemplo, no suelen expresar abiertamente el dolor o, en cualquier caso, lo demuestran de manera mucho menos enfática que la mayoría de pacientes occidentales.
Además, puesto que, como hemos visto, procuran por todos los medios no «importunar» al personal sanitario, a menudo rechazan medicamentos destinados a aliviar los síntomas que padecen. Esto es lo que llamamos mentira social.
Algo parecido sucede con las personas de origen subsahariano, a quienes también se ha educado para soportar el dolor de manera casi imperturbable; incluso en situaciones tan incuestionablemente algesiógenas como el parto. Tanto es así que, el hecho de que la parturiente exhiba dolor de manera enfática puede considerarse, incluso, una ofensa para sus familiares.
En parte, esto puede explicar que las subsaharianas constituyan el grupo poblacional que menos tratamientos de analgesia obstétrica recibe en los centros de salud europeos, según datos obtenidos por el Grupo CRIT (Comunicación y Relaciones Interculturales y Transculturales), que se dedica al investigar las interacciones comunicativas entre inmigrantes y naturales de la Comunidad Valenciana, en España.
A los comportamientos derivados de los preceptos y costumbres culturales se agregan los desencadenados por la angustiosa experiencia migratoria de estos pacientes, que, en muchos casos, han viajado durante meses o años y recorrido miles de kilómetros a pie o en patera a través de territorios hostiles; han sido víctimas de todo tipo de abusos, o han visto morir a seres queridos durante su agónica odisea por llegar al país de «acogida».
Convendría, entonces, no olvidar que una parte muy importante de los pacientes inmigrantes que recurren al servicio sanitario de un país occidental lo hace acongojada y, con frecuencia, en última instancia. Por este motivo, para evitar «estorbar» o «contrariar» al personal sanitario, recurren a este tipo de mentiras sociales.
Resulta imprescindible, por lo tanto, que tanto el personal sanitario como las intérpretes médico-sanitarias —o mediadoras interlingüísticas e interculturales en el ámbito sanitario (MILICS), como las denomina el Grupo CRIT— reciban la formación necesaria para identificar y aliviar el sufrimiento que algunos pacientes extranjeros no se atreven a comunicar a verbalmente. De este modo, no solamente se preservará la salud de los pacientes, sino también la integridad deontológica del personal sanitario.
Aunque pueda parecer otra obviedad, merece la pena repetir hasta la saciedad que la traductora o, en este caso, la intérprete no es únicamente bilingüe, sino también bicultural, ya que actúa como puente comunicativo entre distintas lenguas, pero también entre distintos sistemas socio-políticos, religiones o preceptos morales que condicionan el comportamiento de las personas.
Editor de Cosnautas